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El consejero bíblico


Cuando uno no sabe cómo se sienten los demás

Por Patricia Palau

Días pasados escuché a una mujer cristiana hacer la descripción de cómo su amiga había cometido varios ¨errores¨ cuando trataba de consolarla durante un período de dificultad. Se quejaba de que su amiga le había ofrecido consejos, soluciones y hasta se atrevió a citar las Escrituras.

Cuando me diagnosticaron el cáncer por primera vez hace algunos años, numerosos amigos, familiares y aún desconocidos, demostraron su solidaridad conmigo. ¿Qué hubiera sido si en cambio, todos me hubiesen ignorado por temor a cometer ¨un error¨?

Hoy día no sólo se nos desalienta cuando queremos ser solidarios por temor a cometer ¨un error¨, sino que también se nos descalifica para dar apoyo o ministrar si no hemos tenido la experiencia de divorcio, muerte, cáncer o alcoholismo. ¿Estoy equivocada en intentar dar consuelo a mi amiga si no tengo la misma experiencia de abandono por mi esposo? ¿Solamente tiene valor el consejo impartido por los que han sufrido a la par? ¿Es ésta la mejor solución disponible, los que transitan la misma senda solamente pueden ser compasivos? Pienso que no.

No hace mucho tiempo mientras terminaba de lavar la vajilla del desayuno, llamó el teléfono. Era una amiga de la iglesia. Me preguntó con voz temblorosa: ¨¿Puedo pasar a verte?¨

Minutos más tarde, mientras tomamos café en la mesa de la cocina, me dijo que su esposo la había dejado. El hecho de que yo nunca tuve la experiencia de que mi esposo me abandonara, no impidió que yo le expresara a mi amiga cuánto la quería, ni tampoco fue obstáculo para decirle que el mismo Dios que se acerca a mí para darme consuelo cuando estoy en el límite de mis recursos, también hará lo mismo por ella.

Cuando un amigo tiene necesidad de consuelo, no hay que vacilar con incertidumbre, pensando en la falta de experiencia o de las palabras apropiadas. La tarea de dar consuelo o estímulo a nuestros hermanos y hermanas en el Señor no está reservada para los ¨expertos¨ o para el funcionario asalariado de la iglesia. Es la obligación y el privilegio de cada miembro del Cuerpo.

Cuanto más tiempo pasa, mayor agradecimiento tengo por los esfuerzos realizados por la gente para brindarme su afecto durante mi enfermedad. No me olvidaré jamás de los que me extendieron su amor cuando desde el punto de vista ellos, lo último que tenían previsto ese día era preocuparse por mí. Estos amigos ocuparán siempre un lugar especial en mi corazón por el apoyo ...

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